10 santos que nos enseñan a amar a la Virgen María como nuestra Madre

El amor a la Virgen María caracteriza la vida de los santos. Muchos de ellos, a lo largo de los siglos, se consagraron a nuestra Madre de diferentes maneras y nos enseñaron a amarla.

Estos diez santos vivieron el amor a María de una forma muy especial:

1. San Ildefonso de Toledo: el “siervo” de María

San Ildefonso vivió en el siglo VII y fue uno de los primeros en escribir sobre ser un “esclavo” o un “siervo” de María. También defendió su virginidad con gran decisión:

“Cuán prontamente deseo hacerme esclavo de esta Señora, cuán fielmente me deleito con el yugo de esta esclavitud, cuán plenamente ansío obedecer sus mandatos, cuán ardientemente quiero no verme libre de su dominio, cuán ávidamente anhelo no verme jamás separado de servirla”.

2. San Juan Damasceno: la primera oración de consagración a María

San Juan Damasceno, doctor de la Iglesia, fue un gran defensor de la fe en los primeros siglos del cristianismo. Entre sus contribuciones está la primera oración de consagración a María que se reza hasta la actualidad:

“Oh Soberana, Madre de Dios y Virgen, unimos nuestras almas a la esperanza de que eres, para nosotros, como un ancla absolutamente firme e irrompible; te consagramos nuestro espíritu, nuestra alma, nuestro cuerpo, cada uno en toda su persona; queremos honrarte con salmos, himnos, cánticos inspirados tanto como esté en nosotros; porque rendirte honores según tu dignidad sobrepasa nuestras fuerzas. Si es cierto según la palabra sagrada, que el honor rendido a otros servidores es una prueba de amor hacia el Maestro común, el honor que se rinde a ti ¿puede ser ignorado? ¿No hay que buscarlo con celo? ¿No es preferible inclusive al aliento vital, y no da éste la vida? De esta manera indicamos mejor nuestra unión a nuestra propio Maestro”.

3. San Bernardo de Claraval: las últimas palabras de la Salve

San Bernardo vivió en el Siglo XI. Escribió bellas homilías sobre la Virgen y compuso las últimas palabras de la Salve: «Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen María». Además fue quien le dio por primera vez el título de “Nuestra Señora”: de tal forma que María va dejando de tener la imagen de “la Señora feudal” y pasa a ser “Nuestra Señora”, es decir, “Nuestra Madre”.

Se cuenta que con frecuencia repetía la bella oración que dice: «Acuérdate oh Madre Santa, que jamás se oyó decir, que alguno a ti haya acudido, sin tu auxilio recibir». El pueblo vibraba de emoción cuando le oía clamar desde el púlpito:

“Si se levantan las tempestades de tus pasiones, mira a la Estrella, invoca a María. Si la sensualidad de tus sentidos quiere hundir la barca de tu espíritu, levanta los ojos de la fe, mira a la Estrella, invoca a María. Si el recuerdo de tus muchos pecados quiere lanzarte al abismo de la desesperación, lánzale una mirada a la Estrella del cielo y rézale a la Madre de Dios. Siguiéndola, no te perderás en el camino. Invocándola no te desesperarás. Y guiado por Ella llegarás seguramente al Puerto Celestial”.

4. Santo Domingo de Gúzman: a quien la Virgen le entregó el Rosario

Santo Domingo fue un religioso español, que vivió en el Siglo XII y fue el fundador de los dominicos.

Dentro de la tradición de los dominicos, el rezo del Rosario comenzó a tomar importancia, y se comenzó a identificar a Santo Domingo con esta oración. Según numerosos testimonios, en 1212 y en las proximidades de Tolosa, Domingo tuvo una aparición de la Virgen María, quien le entregó el Rosario (llamado entonces: «salterio de la Virgen»), pidiéndole que propagara esta oración por el mundo entero. Por eso, Santo Domingo es llamado el fundador del Rosario.

5. San Juan Diego: vidente de la Virgen de Guadalupe

Juan Diego nació en México en 1474, era un piadoso indígena que había sido bautizado. Todas las semanas caminaba grandes distancias, bordeando el cerro Tepeyac, para asistir a la predicación de los evangelizadores franciscanos y agustinos asentados en la región.

El 9 de diciembre de 1531 se le apareció  la Virgen María, quien se presentó como “la perfecta siempre Virgen Santa María, Madre del verdadero Dios”. Las apariciones ocurrieron cuatro veces entre el 9 y el 12 de diciembre. La Virgen le encomendó que en su nombre le pidiese al Obispo, el franciscano Juan de Zumárraga, la construcción de una Iglesia en ese lugar.

Desde ese momento la Guadalupana contó con el amor del pueblo y su devoción se extendió rápidamente.

6. San Luis María de Montfort: pionero de la mariología

A este santo que nació en Montfort, Francia, en 1673, le debemos estas preciosas palabras: «A quien Dios quiere hacer muy santo, lo hace muy devoto de la Virgen María».

Su libro “Tratado de la verdadera devoción a la Virgen María”, se ha propagado por todo el mundo con enorme provecho para sus lectores.

El Papa Juan Pablo II tomó como lema una frase que repetía mucho este gran santo: «Soy todo tuyo Oh María, y todo cuanto tengo, tuyo es».

7.  Santa Bernardita de Soubirus: la primera en conocer a María como la Inmaculada

El 11 febrero de 1858, Bernardita Soubirous, de 14 años, salió con su hermana y una amiga en busca de leña al borde del Gave, en Massabièlle. Todo empezó con el ruido del viento en los álamos. En un orificio de la roca, Bernardita vio a «una señora de blanco». «¡Creí engañarme. Me froté los ojos… volví a mirar y veía siempre a la misma señora!». El 18 de febrero, Bernardita escuchó las primeras palabras de la Señora: «¿Quieres tener la bondad de venir aquí durante quince días?».

La Virgen María llegó a su encuentro 18 veces entre febrero y julio. El 25 de marzo se presentó, como la Virgen Inmaculada, y antes, el 24 de febrero, le descubre un manantial de agua que brotaba entre la roca y el fango.

A través de estos encuentros con la Virgen, Bernardita comprendió que Dios se interesa por ella, que se hace cercano a los más pobres y es así que su devoción se extiende por todo el mundo.

8. Santa Catalina Labouré: la Medalla Milagrosa

Nació en Francia en 1806 y perteneció a la congregación de las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paul.

Tenía 24 años cuando durante la noche del 18 de julio de 1830 se despertó al oír la voz de un niño que le dijo: “hermana, todo el mundo duerme, venga a la capilla, la Santísima Virgen la espera».

Catalina se levantó, siguiendo al niño. Luego oyó un suave ruido, como el roce de un traje de seda. Vio que una señora, de extremada belleza, atravesaba el presbiterio y «fue a sentarse en un sillón sobre las gradas del altar mayor». Catalina al principio dudó si se trataba de la Virgen o si era solo una ilusión. Pero el ángel (el niño) le dijo: «¿por ventura no puede la Reina de los Cielos aparecerse a una pobre criatura mortal en la forma que más le agrade?». Entonces, Catalina se fue inmediatamente al lado de la Virgen y, arrodillándose, con la confianza que un niño pequeño tiene con su Madre, puso las manos sobre las rodillas de la Madre de Dios.

El 27 de noviembre, Catalina contó que la Virgen se le volvió a aparecer, durante sus meditaciones vespertinas. La vio dentro de un marco oval, que se alzaba sobre un globo pisando una serpiente; de sus manos salían rayos de luz algunos de los cuales no llegaban a tierra.

Alrededor del margen del marco estaban inscritas las palabras «Oh María, sin pecado concebida, rogad por nosotros que acudimos a ti». La Virgen dijo: «Es la imagen de las gracias que reparto sobre las personas que me las piden», y para explicar por qué algunos de los rayos proyectados no llegaban a tierra, agregó: «Es la imagen de las gracias de aquellos que se han olvidado de pedirlas». Mientras Catalina contemplaba, la imagen pareció rotar, y se podía observar un círculo con doce estrellas, una gran letra M superpuesta por una cruz y, debajo, las siluetas estilizadas del Sagrado Corazón de Jesús y del Inmaculado Corazón de María.

La Virgen le pidió que tomara esas imágenes y se las llevara a su confesor para ser impresas en medallas y le hizo una promesa: «Todos aquellos que porten la medalla recibirán grandes gracias».

9. San Francisco y Santa Jacinta Marto: los pastorcitos de Fátima

Desde el 13 de mayo de 1917 la Santísima Virgen María se apareció seis veces en Fátima, Portugal, a tres pastorcitos: Lucía, Francisco y Jacinta. Gracias a estas apariciones se difundió el rezo del Rosario por todo el mundo y se extendió la devoción a Nuestra Señora del Rosario de Fátima.

En algunas ciudades de Portugal, Argentina, Chile, Venezuela, España, Nicaragua, Colombia, México, entre otros países, se han construido escuelas, parroquias y capillas en su honor.

10. San Juan Pablo II: Totus tuus

San Juan Pablo II consagró a María su pontificado e hizo suyo el lema “Totus tuus” (todo tuyo). Contó a los religiosos de la Familia Montfortiana cómo los escritos de San Luis María de Montfort le aseguraron que la devoción a María:

“En los años de mi juventud, me ayudó mucho la lectura de este libro: “Tratado de la verdadera devoción a la santísima Virgen”, en el que encontré la respuesta a mis dudas, debidas al temor de que el culto a María, si se hace excesivo, acaba por comprometer la supremacía del culto debido a Cristo. (…) Bajo la guía sabia de san Luis María comprendí que, si se vive el misterio de María en Cristo, ese peligro no existe. En efecto, el pensamiento mariológico de este santo está basado en el misterio trinitario y en la verdad de la encarnación del Verbo de Dios”.

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